Memoria, imaginación y documental: una aproximación

Considerar el cine documental como una forma de representación estrechamente ligada a la memoria es proponer un vínculo evidente. Las imágenes producidas por hombres y mujeres a lo largo de la historia y a través de diferentes medios, como la pintura, el grabado, la fotografía, entre otros, han tenido diversos usos respecto de los modos de comprender y de relacionarse con el mundo: epistemológicos, simbólicos, estéticos. Pero, junto a estos, también ha estado presente una preocupación que los trasciende: la idea de que las imágenes y los contenidos que ellas portan nos sobrevivirán, persistirán más allá de quienes las hayan producido o de quienes hayan quedado registrados en ellas. De tal manera, como señala Hans Belting (1) desde un enfoque antropológico, las imágenes representadas actúan como una forma de memoria externa, por fuera del cuerpo que las percibe, como una forma de preservar una experiencia del mundo frente al poder corrosivo del tiempo. En este sentido, reconocemos que el cine en general y, sobre todo, el documental como medio visual y sonoro prolonga e intensifica (con su capacidad de representar y narrar el mundo, con su capacidad indicial de acercarse a la vida) la posibilidad de testimoniar y preservar lo acontecido


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